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西班牙語閱讀:《一千零一夜》連載一 a

更新時(shí)間:2012-08-23 15:40:40 來源:|0 瀏覽0收藏0

  HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

  Cuéntase -pero Alah es más sa­bio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que trans­currió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxi­lliares de servidores y de un séquito numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El ma­yor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schah­riar. Su hermano, llamado Schahza­man; era el rey de Samarcanda Al­-Ajam.

  Siguiendo-las cosas el mismo cur­so, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años. Y llegaron am­bos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

  No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”

  Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle a visitar a su hermano. El rey Schahzaman con­testo: “Escucho y obedezco.” Dispu­so los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus ca­mellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nom­bró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.

  Pero a media noche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue, pues, su sorpresa al hallarla departiendo con gran familiaridad con un negro, es­clavo entre los esclavos. Al ver tal desacato, el mundo se obscureció an­te sus ojos. Y se dijo: “Si ha sobreve­nido ésto cuando apenas acabo de dejar la ciudad. ¿Cuán sería la con­ducta de esta esposa si me ausen­tase algún tiempo para estar con mi hermano?” Desenvainó inmediata­mente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciu­dad de su hermano.

  Entonces éste se alegró de su pro­ximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del conten­to, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se de­bía a haberse alejado de su reino y de su país, lo dejaba estar sin pre­guntarle nada. Al fin, un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro respon­dió: “¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva-!” Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañase a cazar a pie y a caba­llo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu.” El rey Schalizaman no qui­so aceptar y su hermano se fue solo a la cacería.

  Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas el rey Schah­zaman, vio corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte escla­vas y veinte esclavos, entre los cua­les, avanzaba la mujer del rey Schah­ciar en todo el esplendor de su belle­za, y ocultándose para observar lo que hacían, pudo convencerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o ma­yor, cabía a su hermano el sultán.

  Al ver aquello, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inme­diatamente, dejando que se desvane­ciese su aflicción, se dijo: “¡En ver­dad, esto es más enorme que cuanto me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.

  A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego el rey Schahriar observó que su her­mano el rey Schalizaman acababa de recobrar el buen color, pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse alimentada parcamente en las pri­meros días. Se asombró de ello, y dijo: -”Hermano, poco ha te veía amarillo de tez v ahora has recupe­rado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero dispénsame de reterirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó: “Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se expli­có de este modo: “Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis pre­parativos de marcha, y salí de la ciu­dad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro departiendo con gran fami­liaridad. Los maté a los dos, y vi­ne hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuan­to a la causa de haber recobrada mi buen color, dispénsame de mencio­narla.”

 

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